Blog: una autobiografía profesional

TRANSVERSALIDAD

14.06.2016

“¿Qué es la arquitectura?” me preguntó el decano de la facultad de arquitectura de la Universidad de Princeton con una sonrisita falsamente amable. En los primeros años de la década de los 70 yo era amiga de un grupito de arquitectos graduados de Princeton, uno de los cuales pensaba que deberían contratarme para enseñar diseño arquitectónico en esa facultad, y se había tomado la molestia de organizar una entrevista con el decano, aunque yo tenía serias dudas sobre formar parte de un enclave tan pequeño y elitista, donde las mujeres no eran precisamente bienvenidas.

“¿Qué es la arquitectura?” era una pregunta calculadamente simple que solo más tarde entendí había sido hecha para descubrir mis preferencias estilísticas. ¿Era yo moderna? (la respuesta que el decano hubiese preferido), o era yo una seguidora de las ideas de Robert Venturi, como muchos jóvenes arquitectos lo eran entonces? Cuando me repuse tomé la tiza que estaba en el borde de la pizarra y escribí estas palabras en columnas verticales: sitio/ contexto; programa; estructura/construcción; instalaciones complementarias; estética. Entonces, con un gesto rápido, dibujé una línea que cruzaba las columnas. Esto, dije, es la arquitectura: la creación de una síntesis espacial de todos estos factores.

Había estado leyendo el brillante libro teórico de Marina Waisman , La estructura histórica del entorno, publicado en 1971, donde propone un marco analítico para la arquitectura usando categorías similares a las que yo había escrito en la pizarra. Desde esta perspectiva, la arquitectura no es un proceso homogéneo dominado por las consideraciones estéticas, porque nuevas ideas pueden cambiar algunos aspectos de un diseño, mientras que otros permanecen estáticos. Además, ella defendía que sólo aquellos edificios donde cambios significativos habían ocurrido en dos o más aspectos podían ser reconocidos como hitos históricos –tal como el Palacio de Cristal, que dio forma a un programa sin precedentes y además llevó la tecnología de los invernaderos a un nivel considerablemente superior. Este marco analítico enfocaba el análisis en el objeto o proyecto arquitectónico, no en las intenciones del arquitecto, y consideraba que la estética no tenía una importancia mayor (o menor) que la estructura o el programa. Yo también estaba interesada en el trabajo de Jan Mukařovský sobre las funciones en la arquitectura y completamente opuesta a la idea de que la arquitectura debía ser considerada sólo a través del filtro del estilo, que en mi opinión era (y es) algo estrechamente limitado. Las ideas que Waisman y Mukařovský usaban para analizar la arquitectura me llevaron a considerar el diseño arquitectónico como una actividad transversal que eliminaba la falsa dicotomía entre forma y función, un factor contaminante de los discursos sobre arquitectura en ese momento.

Para mi gran alivio, el decano no me volvió a llamar y algunas veces me pregunté si se había tomado la molestia de entender lo que yo quería decir con mi diagrama. Pero yo me dí cuenta de que era el comienzo de una idea que merecía ser desarrollada. Así que usé la transversalidad para desarrollar una metodología de diseño que me permitiese burlar las trampas de los estilos post-modernos y me dejase considerar desde el inicio las circunstancias y méritos de cada proyecto. Sigo creyendo, como uno de mis artistas favoritos, el alemán Gerhard Richter, que “el estilo es violento, y yo no soy violenta.”

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