Blog: una autobiografía profesional

LA TRAMPA DE TRUMP

18.01.2016

Las mujeres, sentadas en el teatrito de una lujosa mansión neoyorkina esa tarde de invierno de 1983, estiraban sus cuellos para poder ver cómo Donald Trump reaccionaría a mi presentación. El propósito de la reunión era interesar a potenciales mecenas en financiar la renovación parcial de uno de los edificios originales de la universidad de Columbia para las instalaciones del Departamento de Historia del Arte y la Arqueología, que yo había diseñado. Yo sabía que la mayoría de esas acaudaladas mujeres tenían un interés (y algunas también una maestría) en historia del arte, por lo que incluí en mi presentación una discusión sobre el sistema de proporciones que estructuró inicialmente el diseño del edificio y mi intención de seguir usándolo para que el nuevo diseño se relacionara con el original. Observé señales de aprobación pero ninguna reacción por parte de EL Donald, el único hombre que recuerdo en la audiencia – o por lo menos el único hombre en quien el público femenino parecía interesarse. Cuando terminé hubo un momento de silencio. Las mujeres estaban esperando que Trump hablase primero – con una excepción. Cuando Trump abrió la boca fue para preguntar sobre algunos detalles técnicos del sistema de aire acondicionado. Yo los tenía muy presentes porque había asistido a una reunión con los ingenieros el día anterior. Pensé que Trump estaría impresionado por que me las había arreglado para reducir el gasto energético y también abrir las claraboyas de la planta superior que habían sido bloqueadas por el sistema que estábamos reemplazando. Pero no hubo ninguna reacción. Cuando me dí cuenta de que no haría más preguntas, me pareció increíble que lo único que le había interesado eran detalles del aire acondicionado. Y entonces reparé en la trampa que se escondía en su pregunta, que fue hecha para desautorizar delante de ese público tan influyente a la joven arquitecta que Trump pensaba no sabría como responder. Yo estaba furiosa; él parecía decepcionado. La mujer mayor en la parte de atrás del salón, la única que había demostrado una falta total de interés en la opinión de Trump, enfocó en mí sus ojos inteligentes y su sonrisa pícara. Parecía divertida porque yo había hecho caer a Trump en su propia trampa. Más tarde me enteré que se trataba de Miriam Wallach, la heredera de un imperio de papel prensa, y que ella y su marido, Ira – ambos mecenas de la universidad – habían decidido financiar mi proyecto en su totalidad.

Miriam Wallach y Susana Torre, 1985

Miriam Wallach y Susana Torre, 1985

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