Blog: una autobiografía profesional

DIS- LOCACIÓN

08.07.2014

Cuando me invitaron a representar a los Estados Unidos en la Bienal de Venecia de 1980 quise oponerme a la superficialidad de la muestra principal – una serie de fachadas postmodernas llamada la Strada Nuovissima – con un proyecto que tuviese tuviese mayor resonancia social y cultural. Realicé una propuesta simultáneamente biográfica y política para Ellis Island, situada en el puerto de Nueva York, que estaba abandonada y cerrada al público por décadas. Me molestaba que no hubiese ningún lugar en la isla, por donde habían entrado 12 millones de inmigrantes a Estados Unidos, donde se conmemorase su pasaje y sus contribuciones materiales e inmateriales a esa nación. Al mismo tiempo, los monumentos y memoriales que inscribieron eventos importantes en la memoria colectiva de la ciudad no recordaban(y todavía no lo hacen) a la gente corriente, a menos que fuesen caídos en acciones bélicas o víctimas del terrorismo. Para recordar a aquellos que tuvieron que abandonar sus vidas anteriores para empezar de nuevo en los Estados Unidos, quise empezar considerando que significa ser un inmigrante, como yo misma lo era. Decidí que debía incorporar la experiencia de la dislocación en mi propuesta de 1980 para un parque que incluiría un Museo de la Inmigración, un Centro para el Estudio de la Ascendencia en América y un gran espacio abierto que podría ser usado para festivales y desfiles organizados por los diferentes grupos inmigrantes.

 

Ellis 6. plan

Cuando me mudé a Nueva York desde Argentina en 1968 busqué la compañía de personas que, como yo misma, definían su identidad como “ciudadanos del mundo” cosmopolitas. Pero también entré en contacto con otros latinoamericanos que se identificaban como inmigrantes. Y fue tanto inesperado como perturbador descubrir que, sin importar su clase social o nivel de educación, sus vidas habían sido marcadas por las heridas de la dislocación. Esta experiencia estaba tan incorporada en sus vidas, que quise hacer que los visitantes a Ellis Island experimentaran también esa realidad emocional tan compleja y ambivalente. Este es el origen del paisaje fracturado en la mitad de la isla que contiene a la estación de recepción de los inmigrantes. La misma isla había experimentado severos cambios a través de su historia, desde ser nada más que un islote pequeño y barroso hasta adquirir su presente forma construida. La superposición de los cambios sucesivos en su contorno dio forma a un paisaje que se hacía eco de la experiencia fragmentada del desplazamiento, de la sensación de no haberse todavía ido, sin haber todavía llegado. Me pregunté porqué los espacios de la memoria colectiva no podían hablar de tales experiencias. La dislocación está conspicuamente ausente en las exposiciones del Museo de la Inmigración que se inauguró en 1990 que, por el contrario, enfatizan de manera implacable la integración de los inmigrantes. Quizás no sea posible la conmemoración de memorias colectivas hasta que las heridas abiertas no se hayan cerrado, pero las cicatrices que hayan dejado no deberían ocultarse o negarse, para no perder todo sentido de realidad e historia.

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